MÁLAGA EN VERSOS
Paco
Acosta
PRÓLOGO
Gracias a los poetas que escriben contracorriente y en no pocas ocasiones fuera
de época, de la lírica andaluza en general y malagueña en particular brotan
frecuentes y enamoradas manidas poéticas que, como aguas lentas de limpios
caudales, siguen su curso hasta encontrarse con quienes las aguardan en sus
regatos.
Generalmente versos nacidos de la observación amorosa de un paisaje cercano en
el cual los espíritus creativos quedaron atrapados por nacencia o inducido
platonismo, nominan sus calles, recrean ambientes, pintan sus colores, describen
un jardín, plaza o calleja, y rescatan ecos de antiguos pregones olvidados en
medio de los cuales transcurrió alegre o desdichada niñez.
En algunos casos la fuerza
evocativa alcanza tan acusado realismo, rumores y acentos tales –sería el caso
de la fiesta general del pueblo donde la gente queda reunida y predispuesta al
encuentro entre coplas olvidadas y sones tradicionales -, que en verdad se nos
hace fácil el regreso a un tiempo, escenografía e incluso a un determinado aroma
de flor, mujer o ámbito donde todavía evanescen, por la fuerza con que el buril
de la memoria los grabó en el cerebro de cada quien, restos de lo vivido.
Versos desde la nostalgia que el
deseo de regresar al ayer perdido impulsa desde su hondón más profundo a todo
poeta, son compendio de metáforas, y nadie olvide que toda metáfora, en palabras
de León Felipe, “se mueve y asciende por una escala de luz”. Ni el más
intencionado poema acróstico expresará con mayor economía de palabras lo que una
eficaz y ajustada sucesión de imágenes alegóricas aprehende y recupera, para
volver a vivir desde la experiencia adulta, un tiempo perdido.
Paco Acosta hace, en este nuevo,
serio y definitivo encuentro con sus lectores, un recorrido por los paisajes
urbanos que nunca dejó de frecuentar. Unas veces para evocarlos, otras para
volverlos a vivir en sus recuerdos niños y en no pocas ocasiones para lamentar
las cosas que mudaron o desaparecieron de esos mismos paisajes. Acosta ha hecho
lo que tantos poetas malagueños que le precedieron en el gusto por el oficio de
cantar a lo propio: nada menos que cantar a Málaga y hacerlo desde el
sentimiento individual e intransferible de tono, fuerza y lenguaje hasta dejarse
en cada canto algo de sí mismo.
Puerta Oscura, la Coracha,
Gibralfaro, el Parque, la Farola, la Catedral manquita, como hitos urbanos de
fácil encuentro; visiones de la feria y Semana Santa vividos desde el esplendor
de sus colores, ritmos y cadencias; calles, plazas, barrios y pueblos en los que
late todavía lo que en ellos desapareció por lógicas mutaciones urbanísticas y
que el poeta trata de encontrarse con sus viejos sedimentos, son los sencillos
materiales con los que labra Paco Acosta su espléndido friso que, en tanto
cambiante de escenografía y ambientación, también es versátil panoplia
descriptivamente geográfica y amorosa. Cuando al recorrer nuestros pueblos
detiene su mirada en el paisaje rondeño, lo observa con los ojos del sorprendido
niño que a él se acercó por vez primera:
Qué cíclope hundió su espada,
Ronda mía, en tu costado,
que tan profunda ha dejado
esta cicatriz tallada.
Qué tajo, qué cuchillada
en tu piedra vertical,
por la que un manantial
de verde sangre te brota,
y que por la piedra rota
cae en un salto mortal.
De sus
piropos malagueños –muchos e inspirados- me quedo con el que alude al cante por
malagueñas. Lean lo que al poeta le sugiere nuestra más representativa copla:
Su cante es como un piropo
que se escapa desbocado
para morir desangrado
entre las mallas del copo.
Su cante es como el hisopo
del agua bendita y santa,
que por lo bendita encanta
y por lo santa parece
que distingue y ennoblece
a todo aquel que lo canta.
A nuestra
farola el poeta asigna no sólo función luminaria, sino salvífica:
Cuando la noche equivoca
el rumbo del marinero;
cuando el viento traicionero
lo empuja contra la roca;
cuando desolado invoca
la incierta ayuda divina;
cuando hasta el alma se
inclina
perdida la confianza,
una ruta de esperanza
su largo brazo ilumina.
Al malagueño y
babilónico jardín que desciende hacia el Parque desde Gibralfaro, retorna,
agradecido, el poeta:
¡Jardines de Puerta Oscura
que en cascada de bancales
se sostiene en mil puntales
de fragante arquitectura!
¿Quién no perdió la mesura
ante fugaces favores
protegidos por las flores
de su laberinto oculto,
ni rindió a Cupido el culto
de sus primeros amores?
De leyendas y tradiciones malagueñas, cuando Paco Acosta pasea la noche de la
plaza del Obispo, evoca y recupera a doña Sancha de Lara y a su sobrino, el
caballero Torres de Sandoval, ajusticiado con otros por orden de Pedro de
Olavarría:
La noble dama convino
que en piedra fueran labradas
las seis cabezas penadas
y el busto de su sobrino.
Y el pueblo, con ese tino
con que canta las proezas
y condena las vilezas,
a la casa referida
sobrenombróla enseguida
la de las Siete Cabezas.
Crítico
observador, el poeta también lamenta que esfuerzos arquitectónicos vacíos de
sentido y estética modifiquen un paisaje querenciado, el de la plaza de la
Marina:
¿Dónde está mi bella plaza
antaño fresca y florida
y al presente convertida
en desoladora haza?
El dolor que me atenaza
es un dolor compartido
por todo aquel que ha sentido
de tu sombra la caricia
y deplora la impericia
con que te han reconstruido.
Paco Acosta, en
las presentes Décimas a Málaga, no sólo canta hoy a todo lo de aquí tal como lo
vivió y recuerda, sino que lo hace dando al verso un impulso vital que en
ocasiones trasciende no sólo de lo que expresa, sino de lo que sugiere desde
intencionadas innominaciones, la otra manera de hacer más aladas sus poéticas
metáforas.
JULIÁN SESMERO RUIZ
de la Real Academia de Bellas
Artes de San Telmo. |