Por Abel Ros.- A veces – decía el otro día en Twitter – siento miedo cuando escribo algún tuit.
Pienso "y si ofendo a alguien", "y si he dicho algo que infringe la legalidad vigente". Y esos "y si" hacen que, en más de una ocasión, decenas de borradores no salgan a la luz. Este temor, a la recepción de mis escritos, me ocurre aquí, en España. Me ocurre, como les digo, en un país con el derecho a la libertad de expresión reconocido en la Constitución. El caso Hasél, por ejemplo, invita a la reflexión. Normalmente, asociamos la cárcel con delitos materiales, tales como asesinatos, violaciones, robos y demás. Nos cuesta creer que alguien pueda perder su libertad por escribir, ciertos comentarios, en Internet. Y cuando pensamos así, no nos damos cuenta de que en cualquier democracia existen semáforos en rojo que nadie debe saltar. Semáforos regulados por códigos normativos. Y semáforos que, nos gusten más o menos, debemos respetar. Y entre tales semáforos tenemos: el respeto a las instituciones, a la forma de Estado y a las víctimas del terrorismo, por ejemplo.
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