Walter Pimienta. Los pueblos, como las ciudades, como las personas o las casas, tenían antes sus olores gratos, o, mejor, placenteros… un olor particular… Y me sucede que mientras recorro las calles del mío, en viaje mental al ayer, me siento envuelto en la traspiración secreta que anteriormente emanaba de cada calle; de cada rincón; de las cocinas; de las caballerizas; de los patios, haciendo presencia en las narices más cercanas y lejanas… Uno llegaba a ciegas a él, y lo reconocía de inmediato por un efluvio que no extrañaba… Su plaza, por ejemplo, en otro tiempo, olía a interminable celebración, a fandango, a cumbia, a ron, a cerveza, a ropa nueva estrenada para la fiesta de la Inmaculada Concepción; a raspao de cola de los que vendía José María…y, allí cerquita, en la iglesia, a incienso ardiendo y a la pólvora del historico cañón disparado por Julián, anunciando las que fueran lejanas juergas y convites… …A fragante madera serruchada y cepillada, junto con el miasma de la cola pegante, olía invariablemente la Calle de las Flores desde el taller de carpintería de Josecito fabricando día con día, en la intimidad del martillo con los clavos: asientos, puertas de entrada y de salida que son lo mismo, ataúdes y ventanas… |
 A leche recién ordeñada y a queso rancio, olía la esquina de la
casa de palma de Carlos Higas, entretenida en la reunión de calambucos
y de voces que hablaban de haciendas y de vacas que, conmovidas,
ante la corpulenta presencia de Vicente, el ordeñador, resolvían
por ejercicio ordeñarse solas… A huerta y humedad, con promesa de pepinos, ajíes, tomates, berenjenas, limones, guayaba, guanábanas, mamones y mangos… perfumaba Vicente Echeverría la Calle del Golero…Y con el olor citadino de la espuma del jabón en la brocha, “Girito”, desde su peluquería concedía a la Calle del Palenque una fragancia de talco y de agua de colonia consecuente con la naturaleza de cada remembranza… Un olor a carne frita, a carne asada, a mondongo hirviente, a sopa de costilla y a arroz der lisa, en medio del tintineo de cuchillos y cucharas, desde la casa de Josefa, de lado a lado , atravesaba la Calle del Repaso vuelta un restaurante proletario ausente de comida a la carta pero valorada en la sazón de antigüedad que ella heredara de familia…En tanto que a libreta nueva y a lápiz recién tajado olía la Calle Grande desde “la escuela de Demetrio”, esencia por siempre ligada al simbolismo de los números y letras traducidas con la blanca tiza en la negrura de un tablero cargado de saberes… …Y yéndose para nunca más volver, desde distintos lugares porque vivió en diferentes calles, odorífero a hierro derretido, al calor de su fragua, Genitor, bañado de chispas, dejó al pueblo oliendo a hierro candente… Y, así, llevado por el andar de mi olfato peregrino, llego al matadero del barrio “Puntabrava” bañado en flujo de res, sitio donde soñolientos carniceros de parpados hinchados, cuchillo en mano y brazo dispuesto, al vacuno de turno quitaban la vida para que nos dieran vida…y todo allí olía a degolladero y a muerte hecha cuajos de sangre…
Y retenido en el ambiente un olor a gasolina, calentando de sus carros los rugientes motores y fraguando en el pedal y los timones la ilusión de una odisea, “el Mono de Girito”, José Vega y José Arango, propensos por vocación a los caminos y a las agrestes carreteras, tras una nube de humo, en viaje raudo a la ciudad, aromatizaron la aldea…
A pan caliente y recién horneado, concentrado en trigo y aliños, olía por su parte la Calle Nueva con un olor-sabor que saliendo de la panadería de Juancho Higgins, penetraba por la nariz y por la boca y era este un olor que traspasaba la memoria, era un olor de cada día salido del sueño profundo del horno de prendida leña, realidad nunca tardía en cada mesa… Al tiempo que nacida a la sombra del techo pajizo del alar de su casa, una exhalación a cuero crudo que “Piojito” parecía acariciar con el secreto de su punzante lezna, conquistaba las aceras de la Calle de las Delicias, sitio desde el cual, él, cabalgado pensativo, estrenaba monturas y sobre briosos corceles recorría caminos…Y a pocas casas del lugar, oloroso a mozo quinceañero, para subyugar a todas las mujeres, Franco Charris olía a todas las buenas aromas que del Pájaro Macuá, oculto y sigiloso extraía… Quizás no alcanzo a decir en estas líneas todo lo que este tema engendre, y lo pienso y lo entiendo y lo siento. He dejado de mencionar otras circunstancias no porque no las evoque sino porque, callado tengo tantas cosas que decir que desordeno el pensamiento y no me salen las palabras y entonces quiero que sea usted, usted lector amigo, quien, abriendo una ventana de su casa que yo creía cerrada para siempre, asomándose por ella, husmee los olores de su pueblo y busque y encuentre en ellos tantos momentos vividos.
Walter53pimienta@hotmail.com
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