La figura del cantaor, generalmente más valorada en toda actuación flamenca, deja con frecuencia a la guitarra en un inmerecido segundo plano respecto al propio cantaor, a pesar de ser indispensable al cante y parte inseparable de este. Y cuando afirmo que a la guitarra la colocan en un plano inferior no me refiero, naturalmente, al entendido y buen aficionado: hablo de esos otros que celebran la actuación del cantaor, sin apreciar las dotes artísticas y la gran labor del acompañante, del que a veces ignoran hasta su nombre. De la importancia de la guitarra es ejemplo el hecho de que el cantaor, a veces, se vea desamparado ante el público por el acompañamiento de un guitarrista menos profesional, o con el que no está debidamente acoplado en lo que a toque se refiere; de otra parte, puede suceder el efecto contrario: el guitarrista, aun sin proponérselo suele anular, merced a una superioridad artística, la figura a quien tiene que acompañar.
Otro elemento a tener en cuenta es la letra de la copla. Si convenimos en que el papel del cantaor es el más importante, y el del guitarrista fundamental, sería justo considerar que el texto de la copla también tiene una clara importancia que no se le reconoce a la hora de valorar el conjunto de una buena interpretación. No hay que olvidar que la fuerza emocional de la letra de una copla es lo que hace que muchas veces nos interesemos por el intérprete que la canta. Sobre todo, y en lo que al flamenco se refiere, sin esa carga emocional de la letra, la seguiriya no tendría la jondura trágica y dolorosa que la define, y su cante no sonaría igual: “Ni de caridad/ quieren ya curarme;/ cuando me muera, Dios quiera que haya /quien quiera enterrarme/.” La soleá, cante de belleza excepcional, y que junto a la seguiriya forma la columna vertebral del flamenco, tiene en sus letras un componente más filosófico que trágico: “La vida suele pagar/ lo que a lo largo de ella / nos merecemos ganar/”. Pero no todas las letras quieren ser trágicas o filosóficas; las hay picarescas y jocosas, reivindicativas, de protesta, de denuncia, de temas religiosos, etc.
Son muchos los “palos” que componen el amplio palmarés del cante flamenco; en todos ellos, y con la temática propia a cada cante, sus letras hablan de amores desgraciados o celos violentos, de penas sin fondo y alegría desbordante, de entrega, de desengaño, de dolor o de esperanza, de ilusión, culpa o arrepentimiento; unas con cierto carácter profético, otras francamente sentenciosas, todas reflejan los múltiples sentimientos que germinan en el pecho de los seres humanos. Y el cantaor, identificado irremediablemente con los sentimientos de pesadumbre o gozo que surgen de las letras, y según su estado de ánimo, los exterioriza en el angustioso quejío de la seguiriya, en la desesperanza de la petenera, en el temor a lo imprevisto de la taranta o la minera, o en la alegría irreprimible y contagiosa de los cantes festeros. Argumentos todos que avalan la importancia de la letra en el flamenco y en el cante en general.
LAS LETRAS FLAMENCAS EL ALMA DE LA COPLA
La letra de una copla es sentimiento que el corazón libera en un latido: de gozo y de alegría revestido, o envuelto en la tristeza de un lamento.
La letra habla de amor, de sufrimiento; de pena por el ser que se ha perdido; de celos, de pesar ante el olvido, de esperanza o de remordimiento.
Las coplas son historias acuñadas, que con pocas palabras son cantadas, que el cante no precisa de elocuencia.
El poeta, que ve la vida en verso, hace de cada copla un universo y hace de cada letra una sentencia.
Paco Acosta Rodán |